Se trata de un niño que siempre le gustaba ir a la casa de sus abuelos
porque hay la pasaba muy bien. Al principio le gustaba el departamento de su
madre porque siempre iba al balcón a mirar los autos pasar, le gustaba tirar
piedritas, ver los chicos que jugaban carreras en bicicleta y otras cosas, pero
ya le parecía aburrido. Siempre esperaba que llegue el fin de semana para ir a
casa de sus abuelos, ya que avía encontrado unos indiecitos en un poso del patio
del fondo de la casa. Todo empezó un día sábado a la siesta cuando sus abuelos
dormían. Él había ido a jugar con unas latas, cerca de pozo, se imaginaba que
estas latas eran soldados, y lo tiraba al pozo con la misión de bajar a
investigar si había nazis. Cuando las tiro escucho un quejido y del pozo se
veían salir unas manitas chiquititas como muñecas, le causó mucha risa, el
primero que salió se acercó a él y le dijo “Kaboi”, era su nombre, luego
levanto un pedazo de madera podrida, mostrándole al resto de los indiecitos, y
se volvieron a meter todos en el pozo. Desde ese día, todos los sábados él va a
buscarlos pero no volvieron a salir. Un día que ya avía dejado de pensar en
ellos, Kaboi volvió a aparecer pero solo y le dijo que venía a despedirse porque
el mundo del niño era feo, que las cosas se podrían como ese pedazo de madera y
que su mundo era mucho mejor. Así se fue el indiecito y nunca más lo volvió a
ver.
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