martes, 11 de agosto de 2015

                                           EL MAR Y LA SERPIENTE


La primera parte se anuncia con el título "La niña" y pone en movimiento su palabra que es a la vez su universo cognitivo, su primer contacto con los enunciados de su madre que responde a sus preguntas que dan comienzo a la historia: la desaparición del padre.
"Digo ¿y papá?
Me dice, no sé.
Papá se fue en bici.
Papá se perdió.
Digo, ¿papá se perdió?
Mamá me mira. No habla. Le cae mucha agua de los ojos."
El llanto de los abuelos, de su madre, escenas familiares que evidencian un duelo, son señales para que el lector comprenda la magnitud de la tragedia. Pero desde la protagonista, sólo es posible transitar por su desconcierto, su imposibilidad de comprender lo que ha ocurrido con un texto definitivo. Las mudanzas que comienzan a sucederse no son traducidas, y se muestran como arbitrariedades que la enojan y la entristecen. La información sobre la muerte de su padre llega a medias: un accidente, se le paró el corazón. La madre amortigua el dolor con una explicación religiosa que intenta sostenerla en la pérdida:
"Mamá dice, cuando te morís, el cuerpo no sirve más. Ahora papá nos mira desde el cielo. Dice, no lo vamos a ver más pero él sí nos ve. Desde el cielo."
Su permanencia en una pequeña casa junto al mar se convierte en una construcción reparadora que se verá interrumpida con un nuevo traslado a Buenos Aires. La fantasía de la niña coloca al mar como el sitio de encuentro con el padre y aquí el lector encuentra una pieza fundamental en el armado de la historia.
La segunda parte titulada "La historia" despliega los detalles que van surgiendo de boca de la madre en la medida que la niña, ahora más grande, le va planteando preguntas más detalladas. La curiosidad se vuelve exigencia, y lentamente el diálogo entre las dos amplifica el texto acotado, los fragmentos se reúnen en un nuevo discurso que contiene al que ya el lector conoce, pero los datos puntuales tienen agregados que permiten conocer las causas y el contexto singular de la desaparición de una persona en una fecha exacta, 1974, y responsables nominados, las bandas parapoliciales de la Triple A.
El relato incluye el pasaje del secuestro que retuvo a la madre durante un período en calidad de detenida-desaparecida en 1976. Con dificultad pero con sencillez brota el paisaje de esa detención: la tortura, las humillaciones, los ojos vendados en el "pozo", como se denominaban las celdas en las que transcurrían los días de los detenidos que luego fueron en su mayoría, desaparecidos.
La niña se entrega a la voz de la madre y el relato la conmueve como si no le perteneciera. La serpiente, un juguete precariamente confeccionado con trozos de tela durante el cautiverio de su mamá, cobra vigor, es símbolo del amor y la esperanza de recuperación de un tiempo perdido.
"—Me dieron los pedazos de tela, una aguja y un hilo rojo. Se me ocurrió hacerte la serpiente porque era lo más fácil: un tubo cosido por las puntas, relleno con alpiste..."
Las formas discursivas cobran tal fuerza de realidad que transforman las palabras en sonidos, y la ficción induce al lector a convertirse en auditor de la conversación, en cierta forma en cómplice de las confesiones de la madre. Esta complicidad se sostiene por la permanente insistencia de que todo lo dicho debe ser ocultado, es decir, ese texto que estamos leyendo no debe ser confiado a nadie. En esta segunda parte se refuerza esta inclusión del que lee, como una invitación a tomar parte en la novela en el rol de un personaje testigo de la historia narrada. En cierta medida, un cómplice del secreto compartido entre madre e hija.
Esta manera singular que ha elegido la autora para producir su novela, nos remite a la reflexión sobre la cuestión de la memoria que formuló Elizabeth Jelin, en agosto del año 2000:
"¿Qué importa de todo esto para pensar sobre la memoria? Primero, importa el tener o no tener palabras para expresar lo vivido, para construir la experiencia y la subjetividad a partir de eventos y acontecimientos que nos chocan. Una de las características de las experiencias traumáticas es la masividad del impacto que provocan, creando un hueco en la capacidad de "ser hablado" o contado. Se provoca un agujero en la capacidad de representación psíquica. Faltan las palabras, faltan los recuerdos. La memoria queda desarticulada y sólo aparecen huellas dolorosas, patologías y silencios" (1)
La tercera parte que se titula "La decisión", presenta a la protagonista provista de un desenfado lingüístico que la impulsan a formular apreciaciones sobre su historia, su madre, y la escuela, en términos que definen el pasaje de la niñez a la adolescencia. El discurso corresponde efectivamente a una adolescente en rebeldía contra el sistema escolar, las formalidades y las exigencias que plantea un adulto:
"¿A quién quiero engañar? ¡Si es un embole! Pero la redacción ¿por qué no eligió a la vaca que es tan bonita? Se me ocurren mil cosas sobre las vacas. Encima hay que leerla en el frente. Está loca la profe bueno ¿ella que sabe? Ni se debe imaginar que tiene a una hija de desaparecidos en la clase pero ¿por qué? ¡ni que fuera la única! seguro que hay otros"



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