EL MAR Y LA SERPIENTE
La primera parte se anuncia con el título "La
niña" y pone en movimiento su palabra que es a la vez su universo
cognitivo, su primer contacto con los enunciados de su madre que responde a sus
preguntas que dan comienzo a la historia: la desaparición del padre.
"Digo ¿y
papá?
Me dice, no sé.
Papá se fue en bici.
Papá se perdió.
Digo, ¿papá se perdió?
Mamá me mira. No habla. Le cae mucha agua de los ojos."
Me dice, no sé.
Papá se fue en bici.
Papá se perdió.
Digo, ¿papá se perdió?
Mamá me mira. No habla. Le cae mucha agua de los ojos."
El llanto de los abuelos, de su madre, escenas familiares
que evidencian un duelo, son señales para que el lector comprenda la magnitud
de la tragedia. Pero desde la protagonista, sólo es posible transitar por su
desconcierto, su imposibilidad de comprender lo que ha ocurrido con un texto
definitivo. Las mudanzas que comienzan a sucederse no son traducidas, y se
muestran como arbitrariedades que la enojan y la entristecen. La información
sobre la muerte de su padre llega a medias: un accidente, se le paró el
corazón. La madre amortigua el dolor con una explicación religiosa que intenta
sostenerla en la pérdida:
"Mamá dice, cuando
te morís, el cuerpo no sirve más. Ahora papá nos mira desde el cielo. Dice, no lo vamos a ver más pero él sí
nos ve. Desde el cielo."
Su permanencia en una pequeña casa junto al mar se
convierte en una construcción reparadora que se verá interrumpida con un nuevo
traslado a Buenos Aires. La fantasía de la niña coloca al mar como el sitio de
encuentro con el padre y aquí el lector encuentra una pieza fundamental en el
armado de la historia.
La segunda parte titulada "La historia" despliega
los detalles que van surgiendo de boca de la madre en la medida que la niña,
ahora más grande, le va planteando preguntas más detalladas. La curiosidad se
vuelve exigencia, y lentamente el diálogo entre las dos amplifica el texto
acotado, los fragmentos se reúnen en un nuevo discurso que contiene al que ya
el lector conoce, pero los datos puntuales tienen agregados que permiten
conocer las causas y el contexto singular de la desaparición de una persona en
una fecha exacta, 1974, y responsables nominados, las bandas parapoliciales de
la Triple A.
El relato incluye el pasaje del secuestro que retuvo a la
madre durante un período en calidad de detenida-desaparecida en 1976. Con
dificultad pero con sencillez brota el paisaje de esa detención: la tortura,
las humillaciones, los ojos vendados en el "pozo", como se
denominaban las celdas en las que transcurrían los días de los detenidos que
luego fueron en su mayoría, desaparecidos.
La niña se entrega a la voz de la madre y el relato la
conmueve como si no le perteneciera. La serpiente, un juguete precariamente
confeccionado con trozos de tela durante el cautiverio de su mamá, cobra vigor,
es símbolo del amor y la esperanza de recuperación de un tiempo perdido.
"—Me dieron los pedazos de tela, una aguja y un hilo
rojo. Se me ocurrió hacerte la serpiente porque era lo más fácil: un tubo
cosido por las puntas, relleno con alpiste..."
Las formas discursivas cobran tal fuerza de realidad que
transforman las palabras en sonidos, y la ficción induce al lector a convertirse
en auditor de la conversación, en cierta forma en cómplice de las confesiones
de la madre. Esta complicidad se sostiene por la permanente insistencia de que
todo lo dicho debe ser ocultado, es decir, ese texto que estamos leyendo no
debe ser confiado a nadie. En esta segunda parte se refuerza esta inclusión del
que lee, como una invitación a tomar parte en la novela en el rol de un
personaje testigo de la historia narrada. En cierta medida, un cómplice del
secreto compartido entre madre e hija.
Esta manera singular que ha elegido la autora para
producir su novela, nos remite a la reflexión sobre la cuestión de la memoria
que formuló Elizabeth Jelin, en agosto del año 2000:
"¿Qué importa de todo esto para pensar sobre la
memoria? Primero, importa el tener o no tener palabras para expresar lo vivido,
para construir la experiencia y la subjetividad a partir de eventos y
acontecimientos que nos chocan. Una de las características de las experiencias
traumáticas es la masividad del impacto que provocan, creando un hueco en la
capacidad de "ser hablado" o contado. Se provoca un agujero en la
capacidad de representación psíquica. Faltan las palabras, faltan los
recuerdos. La memoria queda desarticulada y sólo aparecen huellas dolorosas,
patologías y silencios" (1)
La tercera parte que se titula "La decisión",
presenta a la protagonista provista de un desenfado lingüístico que la impulsan
a formular apreciaciones sobre su historia, su madre, y la escuela, en términos
que definen el pasaje de la niñez a la adolescencia. El discurso corresponde
efectivamente a una adolescente en rebeldía contra el sistema escolar, las
formalidades y las exigencias que plantea un adulto:
"¿A quién quiero engañar? ¡Si es un embole! Pero la
redacción ¿por qué no eligió a la vaca que es tan bonita? Se me ocurren mil
cosas sobre las vacas. Encima hay que leerla en el frente. Está loca la profe
bueno ¿ella que sabe? Ni se debe imaginar que tiene a una hija de desaparecidos
en la clase pero ¿por qué? ¡ni que fuera la única! seguro que hay otros"
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