ENCUENTRO CON FLO
-Laura Escudero-
El “encuentro“, es una de esas palabras maravillosas de nuestro
idioma, pues tiene en sí la capacidad de definir dos cosas completamente
opuestas: un “encuentro” es la coincidencia, la entrevista y el hallazgo de las
cosas o las personas entre sí, pero también es la oposición, la contradicción,
la pelea, la riña, la disputa de una contienda. De ese modo, la palabra
“encuentro” nos habla de cómo aparece lo que no está en lo que está, de cómo se
llenan los vacíos: la esperanza en la desesperanza, la memoria en la
desmemoria, la identidad en la enajenación. Eso, en definitiva, es lo que narra
esta novela en la que una niña, Julieta, que está entrando en su adolescencia,
procesa su “encuentro” (choque primero, coincidencia luego) con su abuela
materna, Flora, quien luego pasará a ser Flo.
Flora… esa abuela
que había visto algunas veces y casi ni conocía. Esa señora arrugada que no
lograba recordar su nombre y le decía Paula, Raquel, Anita… (¿Por qué “Anita”?)
Esa vieja lenta que hacía rezongar a su tía, quien la retaba y la retaba porque
no entendía nada de lo que explicaba.
La abuela padece el mal de
Alzheimer. Un buen día, sin previo aviso, la madre de Julieta, por una
necesidad circunstancial, instala a la abuela Flora en el departamento en el
que vivien, más específicamente en el dormitorio de la niña, ese lugar propio de
ella, ese reducto donde se permite pensar y refugiarse de los avatares de una
vida familiar moderna bastante caótica (familia recompuesta, ausencia del
padre, madre inestable emocionalmente, un medio hermano pequeño, etc.). En una
primera instancia, cuando las fuerzan a convivir, la nieta se horroriza y se
molesta con su abuela. Hay una pregunta que se hace Julieta frente a esa
circunstancia particular que es clave: “¿Cómo pueden terminar juntas dos personas porque no caben en otro
lugar?“. Y es que así como la abuela perdió su lugar en el mundo,
dada su enfermedad, también Julieta se siente desplazada, sin espacio, no
perteneciente en el “caos” de su mundo inmediato. Entre esa nieta y esa abuela,
supuestamente ubicadas en las antípodas de los procesos vitales, estará eso en
común: el no caber en ningún lado. Eso, y se verá luego, unas cuantas cosas
más.
En determinado momento, la
relación inicialmente forzada y tensa entre Julieta y Flo se abre a un vínculo
nuevo, o dicho de otro modo, da espacio para la construcción de una relación
filial y matricial de ida y vuelta entre “la vieja” y la niña. La nieta buscará
en la desmemoria de su abuela la propia memoria de sus raíces, buscará saberes
nuevos a partir de los cuales podrá reflexionar sobre la identidad de su
carácter, sobre la construcción de un propio modo de estar en el presente,
estar en el mundo. A la vez, la niña irá devolviéndole a la abuela algunos
fragmentos de su memoria perdida, restituyéndole así su propio lugar. Esto
sucede a partir de la lectura que hace Julieta de unas cartas que la abuela
trajo consigo guardadas en un cofre. Lectura que la niña irá haciendo para su
abuela y para sí. Son conmovedores, en el relato, los momentos en que Julieta,
luego de la lectura de la primera carta, logra “humanizar” a su abuela, y cómo
reacciona Julieta, luego de la lectura de la segunda carta, pasando a una
acción decidida en el “cuidado” de Flora.
A
partir de la lectura de las cartas, Julieta tendrá el objetivo de reconstruir
la historia de su abuela: saber quién era, quién es, esa “vieja”, y descubrirá
en ella a “la señorita Flo”. Son cartas que su abuela escribió cuando tenía más
o menos la misma edad que Julieta y buscaba su lugar en la familia, en la
sociedad y en el mundo. Son cartas que cuentan una historia adentro de otra
historia. Pero no están puestas en la novela de forma aleatoria. Las cartas, y
la “investigación” que comienza a hacer Julieta sobre la historia de su abuela
a partir de ellas, van dejándose leer para dar cuenta de la evolución del
vínculo entre Julieta y Flora, por un lado, y entre Julieta y su mundo
inmediato, por otro. Mundo inmediato en el que aparece un personaje secundario,
José, un chico que ingresa al colegio de Julieta proveniente de otro ámbito y
con características bien diferentes a la de los chicos con los que ella se
venía relacionando en su curso. José es para Julieta el descubrimiento de que
se puede vincular con “un otro” no perteneciente a su mundo más cercano, y
avanzar a partir de ello en el descubrimiento de sí. Algo similar a lo que le
sucede con el descubrimiento que va haciendo de la historia de su abuela al
leer las cartas. Hay un paralelismo excelentemente construido, en clave de
misterio, de suspenso y hasta de aventura, entre la historia de la abuela que
aparece en las cartas y la historia del vínculo entre Julieta y José. Este
paralelismo nos lleva a ver que la historia ya no tematiza un solo “encuentro”,
sino que es la suma de varios “encuentros” que se dan a partir de las búsquedas
que desarrolla la niña.
Los
conflictos que manifiesta Julieta a lo largo de la novela son los propios de su
edad: qué querer y qué no querer; detestar algo en el mismo momento en que eso
genera atracción y curiosidad; la tensión entre pasar desapercibida al intentar
igualarse con sus pares o buscar su ser diferente, su personalidad exclusiva,
su unicidad auténtica al confrontar con ellos; querer saber cómo son realmente
nuestros progenitores y cómo nos condicionan las historias y las situaciones de
nuestras familias en relación con un destino personal o con unas posibilidades
de acción decididas para cada uno de nosotros. Pero Julieta no es un
estereotipo de la adolescencia. Lejos de eso, la historia está narrada de
manera tal que nos presenta los conflictos de este personaje central según las
necesidades narrativas que la novela exige. Los conflictos de Julieta se
desarrollan siguiendo punto por punto la tensión dramática de la historia
particular, y no con el mero afán de abordar un prototipo adolescente, sino con
la calidad y la calidez de contar una historia en profundidad. Julieta, en su
enfrentamiento con esos conflictos, a medida que avanza la historia, se transforma
en un personaje tan entrañable como creíble. Y la historia avanza al ritmo que
pauta un encuentro entre la nieta y su abuela enferma de Alzheimer, con las
peculiaridades y limitaciones que esta enfermedad conlleva:
A
veces, la abuela Flora mira un poco para afuera y trata de hablar, pero parece
que los recuerdos se le mezclan. Las palabras se le destejen y va perdiendo los
puntos hasta que se queda muda otra vez, perdida, sin encontrar a nadie del
otro lado de lo que está diciendo o de lo que quiere decir.
Uno podría verse tentado a
decir que esta novela tiene en la enfermedad de Alzheimer un “tema”. Que la
autora quiso abordar ese “tema” y ponerlo arriba de la mesa para su
tratamiento. En parte lo hace, claro que sí, y con mucha destreza y
sensibilidad. Pero quedarse en eso es recortar groseramente la densidad
literaria que la novela conlleva. Y es que el Alzheimer, tal como está
tematizado, opera aquí como una metáfora de la búsqueda de identidad que hace
Julieta en ese momento vital en el que se encuentra. También Julieta “mira un
poco para afuera y trata de hablar”, también a ella “las palabras se le
destejen” cuando actúa, también a ella le sucede eso de no “encontrar a nadie
del otro lado”, al menos, hasta que al final se “cierran”, relativamente, todas
las tramas de este Encuentro con Flo.
t:23.45pt;background:white;orphans: auto;text-align:start;
widows: 1;-webkit-text-stroke-width: 0px;word-spacing:0px'>Jules la amenaza con el arma, mientras está varado en el
techo, pero Nora evade su ataque con el conocimiento de que si ella se
sacrificara, Jules moriría también. Con esto en mente, Nora se arroja de las
vigas, efectivamente matando también a Jules.
Repentinamente, Nora despierta viva y en buen estado de
salud, y una vez más se enfrenta a Patch. Él le explica que, a pesar de que el
sacrificio mató a Jules, él lo rechazó para sí mismo, renunciando a convertirse
en humano. De este modo, Patch salva la vida de Nora y se convierte en su ángel
de la guarda
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